EN UNA OCASIÓN, UN ALUMNO SE LE ACERCÓ A EINSTEIN Y LE PREGUNTÓ QUÉ HABÍA QUE HACER PARA INVENTAR. EL GENIO LE CONTESTÓ QUE NO LO SABIA, PERO QUE LE ACONSEJABA DEDICAR UNA MEDIA HORA DIARIA A PENSAR “JUSTO LO CONTRARIO QUE SUS COLEGAS”.
El consejo sigue siendo válido. En una época en la que los desarrollos tecnológicos, la globalización de usos, costumbres y mercados, el acceso a fuentes comunes de información y la generalización de marcas de carácter multinacional, nos ha acercado a todos más de lo que nunca en la historia de la humanidad hemos estado, reivindicar la búsqueda de lo diferente es quizás el arma esencial de cualquier proceso necesitado de innovación.
Vivimos en un mundo en el que los clientes de cualquier idea o producto demandan esencialmente “cambiar*. Hoy en día, en una sociedad que se relaciona a través de Internet, la tecnología no es un recurso diferencial. Lo que distingue a una empresas de otras, siendo todas ellas ya cibernéticas, es el talento de sus profesionales, la capacidad de renovar con rapidez, de establecer relaciones con su entorno competitivo, de llevar a cabo alianzas y por supuesto de hacer cambiar a mejor el valor que venden al cliente. Los mercados no nacen espontáneamente, se crean.
Las empresas tienen que despertar las demandas. Adelantarse al mercado. No se trata de ningún lema, es una necesidad sin la que no existe la más mínima posibilidad competitiva. En definitiva, sin una oferta innovadora no hay empresa posible, no ya con futuro, tampoco con presente. Porque la innovación no es ni una moda, ni una elección. Es una necesidad en este mundo global, en el que para sobrevivir hay que diferenciarse y adelantarse a los propios cambios que día a día se producen entre nosotros. Innovar es sencillamente obligatorio.
Plantear la mejora de cualquier empresa únicamente desde el parámetro de la optimización de los recursos, no llevará a un incremento estable del negocio. Ayudará, eso sí, coyunturalmente al mantenimiento del edificio, pero no a que crezca su valor, algo que sólo se logrará innovando la estrategia, la administración, el marketing, los recursos humanos y el producto. Y para ello hay que pensar diferente. Lo esencial es el “qué”, no el “cómo”. Contaba Bob Shapiro, Consejero Delegado de Monsanto, que “en el tiempo en que una compañía se estruja por el último 5% de eficiencia, que sale del cómo, alguien por ahí inventa un nuevo qué y éste es el que te echa del mercado”. La tecnología es sin duda el acelerador necesario, el control riguroso el freno que asegura, pero el combustible que hace que el motor funcione es el talento.
Las organizaciones de las empresas pueden ser el mayor estímulo, pero también el mayor obstáculo para el talento. La diferencia ya no reside en la cantidad de conocimientos que cada uno tiene. Cualquier especialización presente, queda obsoleta en menos de seis meses dada la rapidez de los cambios. La capacidad necesaria es la de aprender. Y para que se desarrolle necesita de la Interacción con terceros. En definitiva, para competir sólo hay una posibilidad: Innovar. Y para hacerlo es preciso romper con los comportamientos rutinarios y aceptar los cambios, no como amenazas, sino como una oportunidad para desarrollar nuestras facultades y ser felices al hacerlo.
Fuente: Foros de Innovación IPAE